Hace años tenía que ir a presentar campañas de publicidad a mis clientes. En las reuniones íbamos los que dirigíamos la cuenta, los diseñadores, los de tecnología... el caso es que en esas reuniones generalmente nos “enfrentábamos” los “frikies” de la agencia de publicidad frente a los de los departamentos de Marketing. En varias ocasiones nos contaron que les encantaba vernos entrar por la puerta: ver nuestros bolsos “alternativos”, las camisetas con mensajes, las gafas de pasta en vez de “al aire” tan frecuentes en ese momento, el calzado deportivo... en definitiva, nuestra entrada era como un remolino en medio de la calma de esas oficinas.
Cada uno asumía su rol: se trataba de defender también con la imagen nuestro trabajo. No éramos muy conscientes de ello, pero era una realidad tangible. En el caso de los creativos, esos personajes de ideas maravillosamente “locas”, el atuendo era divertido, novedoso y curioso. Por su parte los de marketing iban formales, con americanas, trajes pantalones... Cada uno asumía su rol y aportaba sus ideas a través de los trabajos y del lenguaje no verbal.
También en esa época usaba el transporte público todos los días: me obsesioné en tratar de averiguar a qué se dedicaban mis compañeros anónimos de viaje. Observaba su calzado, si llevaban fiambrera o no, sus horarios, el corte de pelo, marcas de ropa, si iban a la “última”, lecturas, teléfonos, ordenador... ¿lo habéis probado? Os daréis cuenta que nuestra comunicación se basa en este lenguaje no verbal.
Foto Massimo Dutti FW12-13
Precisamente ayer estuve en una comida de trabajo en un lujoso hotel de Barcelona. Mi sorpresa fue darme cuenta que en el restaurante apenas había mujeres, los hombre “hacían negocios”, todos iban con traje, unos con americana y otros no. En ese ambiente se respiraba “poder de decisión”.
Estaréis conmigo que no siempre las impresiones son acertadas y cuando uno tiene “poder” puede permitirse ciertas licencias. Sin embargo, cuando somos “uno más”, más nos vale estar en la línea, porque nuestros clientes o pacientes o usuarios sabrán quienes somos y qué hacemos con solo vernos. Un cirujano con barba de dos días y pelo sucio no me transmitirá mucha confianza si quiere que me opere; una reportera con traje chaqueta y tacones será difícil que aguante un día de entrevistas en la calle; una fisioterapeuta con falda y camisa irá poco práctica en su ejercicio profesional diario, y así en otros ámbitos.
Quizá es interesante tratar de hacer un ejercicio mecánico asociando cada profesión a una pieza que le caracterice: abogado-traje; diseñador-gafas modernas; tendero-delantal: recepcionista-foulard; médico-camisa... y no se trata de caer en tópico pero sí es interesante que cada uno analice qué se espera en su entorno profesional.
En eso las mujeres tenemos una cara y una cruz. Por un lado se nos permiten más “licencias” en el dress code, y eso es una buena noticia, porque podemos aportar novedad según las tendencias. No obstante a veces somos más capaces de perder el sentido, y nos pasamos de informalidad. Advertir a un hombre que su atuendo no es el correcto es relativamente sencillo... pero las mujeres somos más sensibles y en ocasiones nuestro jefe no se atreverá a advertirnos para que no se le acuse de sexista o si tenemos jefa, para que no la juzguemos de envidiosa, etc. En muchas ocasiones no se trata de la largura de una falda o el escote excesivo, sino de la imagen en conjunto que transmitimos. ¿Te has parado a pensar si vas según lo que espera tu empresa de ti? Recuerda que no estás en tu casa, en la playa o en la montaña, que no estás de copas, sino que trabajas para una institución. ¿Has pensado que cuando ejerces tu trabajo puedes estar representando a todo un gremio? Si en un trabajo nadie te lo ha transmitido, quizá es el momento de plantearlo, observar y, si puedes, subir el nivel.
¿Qué profesión ejercéis?, ¿cuál debería ser el dress code de dicha profesión? ¡cuéntanoslo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario